A veces siento que somos como velas, y que nuestra llama está alimentada por nuestros sentimientos - por nuestras alegrías, por nuestras tristezas, por nuestros dolores, por nuestros enojos, por nuestras pérdidas...
Estos sentimientos son como la llama de una vela, que la consume pero que a la vez es su razón de ser, ya que sin ella la vela no tendría sentido, no sería más que un pedazo de cera a la espera de alguien que la encienda en busca de un poco de luz.
Así, cuando bloqueamos nuestros sentimientos no somos más que un cuerpo apagado, incapaces de iluminar a quienes nos rodean, incapaces de llevar nuestra luz a los demás. Cuando evitamos sufrir, cuando evitamos llorar, cuando huimos a la posibilidad de salir lastimados, solo estamos dejando que nuestra vida se apague, que nuestra llama desaparezca, dejándonos en la mayor oscuridad... y entonces empezamos a buscar las llamas de otros para que nos iluminen, y condicionamos nuestras vidas a esos otros, y esa vida deja de ser nuestra para convertirse en una vida vacía, ausente...
Así nos convertimos en un mero adorno, que puede quedar muy lindo como decoración, pero que ha perdido su razón de ser, privando a otros de ser iluminados por esa luz única, esa luz originada en nuestras alegrías, nuestros dolores, nuestras tristezas, nuestros enojos, nuestras pérdidas...
Es irónico como la mayoría de nosotros, cuando necesitamos una vela, cuando necesitamos su luz, no nos fijamos en su forma, o en su color, ni siquiera en la forma de su llama - o si, pero para admirar como esa llama va cambiando y se va reinventando permanentemente, como buscando su verdadero yo. Incluso, al momento de encenderla, la protegemos de cualquier cosa que pueda apagarla, que pueda evitar que esa vela nos brinde su luz.
Y sin embargo, cuando conocemos a alguien, lo primero que hacemos es mirar su forma, su color, y evaluamos su llama, juzgando cada sentimiento que la alimenta, que le da forma. Entonces comenzamos a tratar de cambiar a esa persona, tratando de que su llama sea como creemos que debe ser - o peor aún, como queremos que sea, según nuestros propios intereses - sin darnos cuenta que lo único que conseguimos es matar todo lo que le da forma y lo que alimenta a esa llama. Y así seguimos hasta que finalmente se apaga, y esa persona pasa a ser un mero adorno, perdiendo su razón de ser...
Personalmente, he decidido dejar que la llama de cada uno sea como es, protejiéndola - cuando puedo hacerlo - para evitar que se apague, y sobretodo deteniéndome a admirarla y a ver todo eso que la hace única...
Y también a dejar que mis sentimientos alimenten mi llama, aún si eso implica sufrir, ser lastimado, sentir dolor... básicamente, aún si eso implica sentirse vivo...
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